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27.11.11

Defensa de la alegría

Defender la alegría como una trinchera.
Defenderla del escándalo y la rutina,
de la miseria y los miserables,
de las ausencias transitorias
y las definitivas.

Defender la alegría como un principio.
Defenderla del pasmo y las pesadillas,
de los neutrales y de los neutrones,
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos,

Defender la alegría como una bandera.
Defenderla del rayo y la melancolía,
de los ingenuos y de los canallas,
de la retórica y los paros cardíacos,
de las endemias y las academias.

Defender la alegría como un destino.
Defenderla del fuego y de los bomberos,
de los suicidas y los homicidas,
de las vacaciones y del agobio,
de la obligación de estar alegres.

Defender la alegría como una certeza.
Defenderla del óxido y la roña,
de la famosa pátina del tiempo,
del relente y del oportunismo,
de los proxenetas de la risa.

Defender la alegría como un derecho.
Defenderla de dios y del invierno,
de las mayúsculas y de la muerte,
de los apellidos y las lástimas
del azar;

y también de la alegría.

16.9.11

Golpean. No, no abras.
Vienen por tus pinceles, tus óleos;
por las sonrisas de tilo.


Vienen a arrancarte el guardapolvo,
a desnudarte los sueños,
a oscurecer el futuro,
Con vendas
O fusiles.


Vienen a enmudecerte.
Ellos, esquiladores mediocres
de gritos de libertad.


Golpean,
por favor,


no abras...

28.2.11

"Muerte Nupcial"

El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:
este lienzo de ahora sobre madera aún verde,
flota como la tierra, se sume en la besana
donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.
Pasar por unos ojos como por un desierto;
como por dos ciudades que ni un amor contienen.
Mirada que va y vuelve sin haber descubierto
el corazón a nadie, que todos la enarenen.
Mis ojos encontraron en un rincón los tuyos.
Se descubrieron mudos entre las dos miradas.
Sentimos recorrernos un palomar de arrullos,
y un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.
Cuanto más se miraban más se hallaban: más hondos
se veían, más lejos, más en uno fundidos.
El corazón se puso, y el mundo, más redondos.
Atravesaba el lecho la patria de los nidos.
Entonces, el anhelo creciente, la distancia
que va de hueso a hueso recorrida y unida,
al aspirar del todo la imperiosa fragancia;
proyectamos los cuerpos más allá de la vida.
Expiramos del todo. ¡Qué absoluto portento!
¡Qué total fue la dicha de mirarse abrazados,
desplegados los ojos hacia arriba un momento,
y al momento hacia abajo con los ojos plegados!
Pero no moriremos. Fue tan cálidamente
consumada la vida como el sol, su mirada.
No es posible perdernos. Somos plena simiente.
Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.

Miguel Hernandez