Los lápices siguen escribiendo

Claudio tenía 16 años. Estaba enamorado en secreto de Adela. Amaba la lectura, la música, y a Estudiantes.
María Claudia tenía sueños de artista, y por eso se había anotado en el Colegio de Bellas Artes. Apenas alcanzó a disfrutar su noviazgo con Roberto y sus "dulces 16".
Horacio detestaba adherir a una idea sin conocerla a fondo y por eso devoraba libros de historia y política mientras escuchaba a Sui Géneris y a Mercedes Sosa.
Daniel era amigo de Horacio. De chico había soñado con ser "El llanero solitario". A los 18 años, sus ambiciones eran más realistas, quería ser tornero o mecánico.
María Clara vivió sus 17 años con la guitarra a cuestas. Con su música había llegado a La Plata desde Bahía Blanca, para estudiar Medicina.
Francisco tenía apenas 14 años. Era hincha de Gimnasia y el mejor amigo de María Claudia. Estaba peleado con su hermano, porque a los dos les gustaba la misma chica.
Pablo, con sus 18 años, fue el único que vivió para contarlo. 


Chicos que llevaron sus ideales al extremo para que otros puedan, para que otros podamos, disfrutar de nuestros derechos. Pero los poderosos saben que la información, el saber, la educación, es el arma más poderosa que alguien puede tener. 
Ellos ya no nos pueden argumentar su lucha, no nos pueden contar del miedo que seguramente sintieron, ni de la convicción que los movió a seguir a pesar de todo; pero sabemos que estaban reclamando; porque es lo mismo que reclamamos hoy desde nuestra facultad, porque es lo mismo que se reclama en las calles de Chile, porque es lo mismo por lo que se levantaron los estudiantes ingleses: educación al alcance de todos, educación al servicio del pueblo, y, fundamentalmente, ser escuchado, ser considerado, ser respetado.


Porque sus vidas no fueron en vano, porque no nos olvidamos de ellos; les debemos esta lucha.


"Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ¡nunca más!"